jueves, 29 de marzo de 2018

Ciudad y la correcalles

Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud http://fecoainesta.blogspot.com.es/
     La habíamos visitado varias veces, siempre con una noche incluida, por lo menos. Unas veces era de paso para llegar a otros destinos, Casa Insua, Aveiro y Oporto, otras era el objetivo principal del viaje. El parador es precioso con su torre del homenaje y nos gusta darnos una vuelta por sus calles, buscar en su mercadillo, comprar castañas, ver sus iglesiones, el río, la muralla, sus casas con escudos e inscripciones, su plaza y ayuntamiento.
En general recorríamos la ciudad por libre, es decir con un mapa y viendo las indicaciones de sus diferentes monumentos con sus historias, glorias y miserias en el pasado.
Había siempre algo común que se repetía cada vez que pasábamos por allí, una chica medio rubia, vestida muy arlequinadamente, de edad entre los cuarenta y cincuenta, aunque podía ser más joven y con el pitillo continuamente en la boca. Te abordaba cuando salías del parador, la primera vez te decías que querrá esta tipa, te empezaba a contar una historia de necesidades y calamidades y te pedía que le ayudaras. Salías de la catedral y allí estaba nuevamente, pasabas por la muralla y aparecía por una de las calles que en ella morían. Paseabas por el mercadillo y en su extremo la veías, volvías al Parador y parecía que te estaba esperando. Sabía perfectamente distinguir al visitante, al turista extranjero, sus sitios de alojamiento, comida y paso.
La primera vez pasaba desapercibida, después cuando volvías nuevamente a Ciudad, te la encontrabas nuevamente en la puerta del parador, en la plaza del ayuntamiento, en la puerta de la catedral, en la muralla, en el mercadillo. Estaba omnipresente, como si no quisiera perderse ningún momento posible de obtener unas monedas. Se había convertido  para mí en un elemento identificable más de la ciudad -como sus edificios e iglesias, su verraco de granito y su parador- con el único matiz que su deterioro era perceptible con el tiempo, aunque no su movilidad, su facilidad de palabra, podría ser perfectamente una animadora turística, que fuera de grupo en grupo informando de lo que se podía visitar, “no olvidarse de un paseo por las murallas, pasar por el hospital de peregrinos, recordar que se puede visitar el parador y su torre almenada desde donde se divisa Portugal, entrar en el palacio de los Águilas, señalar los sitios de comida asequible y los buenos restaurantes, no olvidar hasta donde entraron los franceses y los rastros de sus bombazos en las paredes de la torre de la catedral.
Es una fuerza de la naturaleza, una animadora portentosa, una cuentista, es un valor desaprovechado. Es una pena que solo sea una correcalles en busca de monedas fáciles y mendicantes, que el tiempo convertirá en un trapo sucio y gastado, desechable. Seguramente yo ya no volveré a Ciudad, pero estoy seguro que de las pocas cosas que recordaré estará la rubia mercurial correcalles.

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